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21 de mayo de 2013

No vivimos en un mundo justo y poco a poco me estoy cansando de protestar. Mi monotema contínuo es tan real en las palabras que plasmo a través del teclado como en mi cerebro, donde contínuamente machacan mis pensamientos y enfocan mis ideales con una luz de neón.
Me aburre no tener motivación, no sentirme inspirada a ser algo más, a tener que buscarla yo por cada esquina de mi habitación con la intención de respirar un poco de magia en cada pequeño acto que realizo.
Me molesta tener que luchar por causas perdidas pues las fuerzas se agotan, los brazos se cansan, las piernas bambolean y el aliento comienza a sofocarse cada vez más rápido, a faltar cada menos tiempo.
Me indigna, sí, he dicho que me indigna y lo repito, tener que contestarle a esas personas que solo pretenden, sin mala intención claro pues somos todos seres puros y honrados, hundirle la vida a todo aquel que se cruce en su camino ¿con que finalidad? La desconozco, pues la mayoría de las veces ni siquiera tiene relación con el interés propio; quiero suponer que les da una satisfacción personal saber que vas a pasarlo mal por su culpa, o tal vez incluso crean que hacen bien su trabajo... No tengo ni idea, pero me haría gracia pensar que realmente creen hacer bien con lo que dicen, con cómo lo dicen.
Confío en el ser humano y en su capacidad de superación y por ello me enerva profundamente ver como no hacemos más que tropezar con piedras que ya ni se repiten, pues nos gusta tropezar por un lado y por otro (o al menos a mí, tengo una capacidad especial para tropezar tanto física como psicológicamente).
Pero peleámos, ese es el único atisbo de esperanza que encuentro yo en nuestra historia y que nos puede dar la salvación aún, nuestro instinto agresivo que nos hace querer imponernos y opinar a voz en grito sin que nadie pueda ahogar nuestras palabras. Espero que aún queden personas que sean capaces de utilizar sus cuerdas vocales en algo productivo.


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