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20 de diciembre de 2013

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El tiempo nos destruye 
y resquebraja desde dentro. 
Y aún así
dependemos entera y ciegamente 
de él. 
Tal vez ese sea el problema.
Y la espera nos quema;
apaga sus colillas en nuestras córneas 
impidiéndonos ver más allá 
del propio deseo de superación. 
Y es larga. 
Y cuanto más lo ansiamos más lejana parece la luz que alumbraba al Gran Gatsby. 
Pero seguimos esperando. 
Nos gusta quejarnos por el camino. 
Lloriqueamos cualquier quejido,
la sangre efervescente,
se congelan los tejidos. 
Los años pesan 
y las manos se llenan de manchas.
Y no es en vano ninguna de las luchas.
La voz de la experiencia nos susurra
que aún hay posibilidad de seguir adelante.
Pues que cobardes seríamos 
si ahora
decidiéramos rendirnos.
Ese es solo el camino de los débiles.
Y el triunfo cuesta, el éxito total aún más. 
El amor duele, las decepciones, las caídas, 
las venas que parecen sangrar sin ningún motivo.
Un humo espeso 
juega a difuminarse bajo tus ojos;
haciendo de la vida
una razón para reírse.
Pues no es de buena educación 
denominar de puta a aquella 
que al final todo nos lo da.
Aquella que nos hace pagar
nuestros errores,
la que sabe donde duele.
No,
esa que te hace llorar y amar 
no es ninguna puta.
Si lo fuese
al menos nos pondría las cosas fáciles. 
Pero no,
a esta no se la consigue
con un fajo de billetes.

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