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28 de julio de 2014

Mi problema,
uno de tantos,
es que no controlo
(quiero decir, que soy incapaz de hacerlo)
todo lo que mi cuerpo deja ver 
en el momento 
en que la caja principal
realiza un cambio en la velocidad. 

Pues cuando no se ahoga 
ejerce una fuerza que,
(joder es que me empuja hasta el esófago)
hasta un ciego capta con su radar perceptivo. 

Al igual que,
y no hago nada por cambiarlo,
jamás dejare de sonreír 
con los ojos,
o nublarlos,
cuando oiga noticias de tan lejos. 

(Porque siendo románticos, es imposible cortar el grifo del amor.
Si bien le podemos partir las piernas, nunca el alma)

Y mi problema,
corrijo, 
otro de mis jodidos problemas.
Es que consciente
y concienciada
(unidos por una buena causa)
no he aprendido aún,
y creo que nunca será fácil;
a dejar de abarcar tanto
en tan poco espacio. 
Y ahí
dar todo lo que hace de mi,
del problema,
una bonita solución. 

Pero la cosa no es
que yo quiera,
o no quiera,
o te deje de querer.

Sino que llega una hora
en la que mi propia venda 
me mete dentro de una cueva 
donde el egoísmo,
o la autoestima 
(inestable)
se aferra a un vacío 
que pide a gritos
un rescate,
un contacto humano.

Algo o 
alguien,
que a las y media
me halla recordado 
porqué no debería de quejarme tanto. 

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