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16 de agosto de 2014

Tal vez no exista forma de explicar la trama que se escribe en una cabeza cada vez que falla y no consigue el resultado esperado. O sí lo hace, pero se desespera pues no sabe si es lo que realmente quiere o no.
No es sencillo estructurar un puzzle de 1000 piezas imitando un cuadro de Picasso; y mucho menos lo es tratar de empezar el trabajo por el ecuador de la pintura, la cadera del Guernica en vez del marco. 
No hay manera de aclararle a alguien que, tras días con una soga desde el estómago hasta la campanilla, la decisión tomada es la que mejor resultado tendrá en un futuro (sobre todo si ni sabes si lo será o no, porque la indecisión no deja de llamar a la puerta); como tampoco lo es expresar qué hace que de un día, hora, segundo, a otro, decidas que lo que parecía transparente ahora no es más que una mancha de tinta de periódico en las manos mojadas por el sudor de verano. 
No es de buen gusto querer infinitamente y no ser capaz de entregar el regalo que se te ha dado, responderlo, dar siquiera una pequeña fracción de amor agradecido. Ni el dolor de haber perdido la oportunidad de hacerlo, o el miedo a devolverlo y que nada te conteste a cambio, a obtener de nuevo el silencio infinito -miedo al miedo o algo de eso-.
No ser capaz de saber porqué, cómo o de dónde proceden las lágrimas impotentes (tanto en caída como en comprensión), que se aferran al perfil de la córnea cada dos por tres y que aún así no se atreven, como ya se ha dicho, a desprenderse y dar un poco de oxígeno a su poca agua.
La inseguridad, las dudas, la coraza que cubre todo eso.
El nunca ser suficiente y haber olvidado cuanto sabías, valías y dabas al mundo. También recibiendo a montones de lo que la vida enseñaba.
El no saber cuando ocurre el cambio que hace que hoy sea viernes y mañana estemos a jueves y lloviendo desde primera hora. -Metáforas de la vida y tal-.
Ni si es siendo o des-siendo como todo se da la vuelta y ya no hay mañana o noche que de sentido a los días.
No es sencillo seguir, ni tampoco dejar de hacerlo. Ni no vivir o intentarlo. 
Avanzar hacia delante acaba siendo un monótono juego de cartas y no hay forma de ser el que lleve la mano ganadora si no aprendes a hacerlo. -A ganar jugando a tu juego y otras metáforas de las mías-.

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