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28 de diciembre de 2013

Ya podría llover vodka

Sábado,
un día más en el calendario de diciembre. 
Del mismo año que lleva siendo desde hace meses,
con otro amanecer y trescientas noches a su espalda.
El aire
que parece un poco menos y más frío,
que se corta al chocar con las mejillas 
y sin embargo
no hace de ellas un lugar para soñar despierto.
Ni tampoco invita a dormir en la curva
de una sonrisa.
Adiós al romanticismo.
Y a lo lejos 
se escucha,
como el tic-tac del minutero,
el repicar del agua
que se precipita contra el asfalto.
Que salta.
Como suicida que contempla por última vez el paraíso. 
Y suscita a despedirse de las noches, 
de sus madrugadas,
de los años bisiestos.
Y una boina gris
hace presumir hoy a los edificios,
que no se atreven a acariciar el cielo.
Y tal vez también quieran 
ser tan altos como la luna.
Los soñadores y su afán de protagonismo.
Y luego
está el poeta idiota
que dedica sonetos a las gotas 
que se clavan en su corazón de enamorado. 
Pero la lluvia es lluvia y nada más.
Nunca ha pretendido actuar como Cupido.
Y los días oscuros 
sólo hacen al lunático 
sentir más cerca de su reina blanca.
Y emociona los latidos congelados
que buscan adrenalina.
Que esnifan las nubes para sentirse vivos.
Y nos transporta en su submarino amarillo,
de charco en charco,
al rededor de la tormenta.
Que nunca es para tanto.
Y ya podría llover vodka.
Pues que mala fama tienen los días sombríos. 
Y como les gustan a los que 
aprovechan cualquier ocasión 
para tirar la caña.
Que excusa más buena para buscar abrigo.
Y para el solitario,
existe armonía en el caos de la lluvia cayendo.
Y disfruta calando sus huesos
de eso que otros aman con locura.
No baila agarrado de la cintura.
No busca desesperadamente un beso.
Se deja mover por los instintos,
es el adagio en el aire el que dirige su cuerpo.

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