pero es tan tentador el olor de la pólvora...
El impacto contra la carne,
suave,
dulce como mano que baja por la espalda.
Como el calor de una noche
fría,
deseada por los dedos del violinista
cuando la piel temerosa se deja tocar
y sangra.
Derrama gotas de fuego
y llora;
no puede evitar echar de menos
el baile de la bala con sus tejidos.
Y se desgarra.
Se abre en dos
quedando desnuda,
dejando brotar su alma.
Insolente parece la falta de dolor
en sus sentidos.
La costumbre y el placer
de destruirse cada vez más,
en menor tiempo y espacio comprimido.
Resulta deliciosa la chispa
que enciende y da vida
al arma de destrucción masiva
que supone el pensar en probarte.
Beberte y muy poco a poco
emborracharse de tu saliva.
Y es que es esa la peor adicción de todas.
El empuje al sentimiento suicida.
La provocación de imaginar
morir a causa de un subidón de adrenalina.
La necesidad de arriesgarlo todo
por 24 horas de satisfacción homicida.
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