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21 de diciembre de 2014

La realidad,
aunque parezca rozar el pesimismo,
es que la vida,
tan zalamera
y escurridiza como es;
aprovecha cada ocasión que se le presenta
para jugarse en la ruleta
          (de cualquier casino de mala muerte)
nuestra suerte.
Apostando
continuamente
al número 10.

Lo cierto,
aunque nos cueste admitir nuestra derrota,
es que no somos más que marionetas
en las manos de algún titiritero
que disfruta creando esclavos
hechos de tela y Papier-mâché.

Y es el destino,
o la diosa fortuna
o la luna,
o vete tú a saber.
Quien se encarga de hacer de nosotros
pequeños barquitos de papel.
Que a la deriva
y sin timonel que lo comande
se dirigen a la franja 
donde el Sol se vuelve pez;
y se sumerge,
sin miedo alguno,
hasta quedar como una perla de miel.

Y no es más 
que la constancia
y nuestra lucha por no perder,
la que hace que
por muchas veces que tropecemos
finalmente nos pongamos de pie.

Pues la incertidumbre,
el miedo a las sombras,
la melancolía de quien solíamos ser.
Hacen que acabemos construyendo
castillos de naipes
con miedo a crecer.
          (El vértigo de los poderosos)

Pero la clave,
donde se encuentra la llave 
que te abre las puertas al Edén, 
está en no temer cuando te llame la gloria,
cuando el deseo te invite a beber.
Cuando las piernas se tambaleen,
los pulmones parpadeen
y el corazón comience a ceder.

Cuando tuerzas el brazo y comprendas
que al final siempre querer es poder.

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