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8 de noviembre de 2017

Hoy soy un barco.
Un velero a la deriva en un océano de plata.
Un polizonte en la brillante inmensidad del reflejo del universo.
Una gota que se hunde en el espejo del alba.
Un náufrago.
Un náufrago en el epicentro de un tsunami que amanece, que explota, que nace y emana.
Una hoja bajo la sombra de una tormenta en erupción.

Una duda.
La niebla que mira al faro en busca de aquello que llaman "la luz divina".
Y que no es otra cosa que una llamada desesperada a las pobres almas perdidas que ansían la salvación.
La frustración del capitán cansado de la vida, hastiado de la monotonía de los susurros del mar en calma.
Y la falta de una mujer en su cama en cada una de las noches vacías.

Soy valentía.
Un submarino de la antigua Unión Soviética, vigilado por el marine y situado en el punto de mira.
Un grito desubicado en el eco del sueño de una noche de verano, fría.
El viento que ruje y brama y que mueve la enorme masa de la mar en su agonía.
La brújula que redime al pirata y le aleja de los fantasmas de sus pasadas vidas.

Soy ira.
La ira que altera la conciencia del mapa y esconde el tesoro sin conocer su orientación.
La furia que emanan las voces al cielo y que canta el marinero cuando suena su canción.
Porque hoy soy un barco,
soy un naufragio en una isla desierta en la que cada día brilla el sol.
Hoy soy un barco, perdido en la vida, pero qué paraíso me espera, qué paz la que me llena y me rebosa en el corazón.


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